¿FE vs CIENCIA?

Comparto algunas reflexiones desordenadas sobre este tema tan importante que es la relación entre la fe cristiana y el conocimiento científico.

Una vez, en un colegio secundario, ante la presencia en el aula de un sacerdote católico, desde el fondo de la misma una voz gritó: “¡Viva la ciencia!”. Algunos dicen que “es el tono el que hace la música”. Aquella vez, ese “viva la ciencia” sonó a un “muera la religión”…

No son pocos los que oponen la fe a la ciencia como si hubiera que optar: o la fe o la ciencia. La fe sería para los “débiles”, que se conforman con aceptar lo que otros les dicen. En cambio los “espíritus fuertes”, los “librepensadores”, siguen el camino cierto que ofrecen las ciencias. Así dicen…

Un caso particular de esta oposición entre fe y razón sería la oposición entre la Iglesia católica y el conocimiento científico. Muchas voces se alzan para decir que la Iglesia es “enemiga de la ciencia”, que “se opone al progreso”, que “no quiere que los hombres piensen ni investiguen”, etc., etc., etc. Usan como argumentos algunos casos históricos (por ej. el caso de Galileo Galilei) presentados muchas veces de manera tendenciosa. O el hecho de que la Iglesia se oponga a supuestos “progresos” de la ciencia moderna (por ej. a la manipulación genética).

Sin intención de analizar cada uno de estos argumentos en particular vamos a tratar de presentar qué es lo que la Iglesia Católica piensa al respecto.

De todas maneras, antes de pasar adelante quisiera ofrecer algunos datos para que tengamos una idea aproximada acerca de la actitud que históricamente tuvo la Iglesia en relación a la ciencia. Comparto un par del párrafos del siguiente artículo: Laureano López, ¿Se opone la Iglesia al desarrollo científico? (es.catholic.net).

Muchos de los grandes avances científicos que hoy disfrutamos son fruto de los estudios que se realizan en las universidades. ¿Dónde surgieron las universidades? Basta dar una ojeada al pasado para descubrir que las primeras universidades del mundo surgieron del seno de la Iglesia. En ellas se estudiaba no sólo la filosofía y teología sino muchas otras ciencias como la astronomía y las matemáticas. Más tarde se desarrollarán los centros de estudios superiores en los campos laicos. La Iglesia, desde el inicio, se ha preocupado por el desarrollo científico en todos sus aspectos.

Pocas personas saben que la primera asociación científica del mundo fue promovida por la Iglesia. La Pontificia Academia de las Ciencias fue fundada en 1603 y en el 2013 cumple 410 años. Quizá muchos de nosotros no sabíamos que Galileo Galilei (uno de los más grandes científicos que revolucionaron la ciencia moderna con sus teorías heliocéntricas) fue miembro de esta Academia de las Ciencias. Es más, gracias al apoyo que recibió de ella pudo financiar la mayoría de sus obras científicas. Otro gran ejemplo es el sacerdote católico belga, George Lemaître, que propuso la teoría del Big-Bang (la gran explosión) como una posible explicación del origen temporal del universo. Esta teoría, hoy en día, es examinada con gran interés por los científicos por los recientes descubrimientos acerca de un eco en el universo que podría ser el resultado de esta gran explosión.

No hay contradicción entre la fe y la ciencia

El Papa Benedicto XVI escribía con maestría a la Academia Pontificia de Ciencias en el año 2008:

La naturaleza es un libro cuya historia, cuya evolución, cuya “escritura” y cuyo significado “leemos” de acuerdo con los diferentes enfoques de las ciencias, mientras que siempre presupone la presencia fundamental del autor que en él ha querido revelarse a sí mismo.

La naturaleza es un libro y este libro puede ser leído desde diferentes “enfoques”. Las diferentes ciencias miran el tesoro de la naturaleza desde distintos ángulos, y es innegable que en nuestros tiempos el ser humano ha llegado a poseer una capacidad asombrosa de penetrar en los misterios de la naturaleza.

La naturaleza se puede contemplar desde distintos enfoques: uno es el de las ciencias positivas, otro el de la metafísica, otro el de la fe. Las conclusiones de cada uno de estos pueden ser distintas pero no contradictorias. Aclaremos un poco esto último. Se dice que dos enunciaciones son contradictorias cuando, por ejemplo, una afirma y la otra niega lo mismo al mismo tiempo bajo el mismo respecto. Por ejemplo sería contradictorio decir: “Pedro es americano” y “Pedro no es americano”. Pero no es contradictorio afirmar: “Pedro es americano” y “Pedro es comerciante”. Si se diera este tipo de contradicción entre distintas enunciaciones esto significa que una es necesariamente verdadera y la otra es necesariamente falsa: si son contradictorias no pueden ser verdaderas al mismo tiempo, ni falsas al mismo tiempo...

Volvamos a las palabras de Benedicto XVI: todo libro tiene un autor. No se comprende el libro si se olvida al autor y lo que este ha querido plasmar en su obra. De la misma manera, la ciencia con todo su progreso no termina de “comprender” este mundo, más todavía si olvida que el universo tiene un Autor, y que todo el universo es manifestación de la belleza, bondad y sabiduría de Dios, su autor.

Además, siguiendo esta imagen de la naturaleza como un libro, también se puede decir que el hecho de que uno pueda leer un libro no quita que uno pueda conversar también con su autor para entender mejor qué quiso decir. La fe nos da, de un modo misterioso, un contacto “directo” con el Autor del Universo. Gracias a la fe llegamos a tener una visión más profunda del sentido de este mundo que aquella que pueden tener las ciencias. Porque una cosa es entender “cómo funciona algo” y otra descubrir su “sentido”, su “para qué”…

Para cerrar este punto leamos el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica (n. 29) que con mucha claridad nos dice:

Aunque la fe supera a la razón, no puede nunca haber contradicción entre la fe y la ciencia, ya que ambas tienen su origen en Dios. Es Dios mismo quien da al hombre tanto la luz de la razón como la fe.

Dios regala al hombre la gracia sobrenatural y un cerebro, y quiere que usemos ambos dos.

Dimensión ética de la investigación científica

Como decíamos al principio, hay quienes dicen que la Iglesia Católica se opone al progreso científico. Quienes así hablan conocen poco, muy poco, a la Iglesia. Bien podríamos decir que su actitud es “poco científica”, poco racional, mas bien superficial, ideologizada y prejuiciosa.

La Iglesia nos enseña que la investigación y el desarrollo, tanto científico como tecnológico, como toda actividad humana tienen un límite. Y ese límite es ético. No se puede afirmar que la ciencia sea absolutamente autónoma de la moral. Aquí es dónde la Iglesia se convierte en “piedra de escándalo” para muchos “modernos”...

Es un mandato divino que el hombre someta y domine el mundo: «Dios bendijo al varón y a la mujer diciéndoles: “Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar, a las aves del cielo y a todos los vivientes que se mueven sobre la tierra”» (Gn 1,18). El ser humano “domina” el mundo no como un déspota, sino como virrey de Dios. La Sagrada Escritura nos enseña quién es el único dueño de este mundo: «Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella, el mundo y todos sus habitantes porque él la fundó sobre los mares, él la afirmó sobre las corrientes del océano» (Sal 24,1-2).

El “dominio” que el ser humano ejerce sobre la naturaleza debe respetar no sólo el plan de Dios, sino también a la auténtica dignidad del ser humano.

Hoy la ciencia es capaz de cosas que eran inimaginables algunos decenios atrás, pero no todo lo “posible” es siempre “lícito”. Es un absurdo identificar lo posible con lo moralmente lícito. Si así fuera, por el simple hecho de alguien sea más fuerte que otro estaría habilitado para anular al más débil.

Nadie duda que el dominio del átomo es un avance que puede ayudar a mejorar la calidad de vida de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Pero, ¡lindo progreso científico de nuestra sociedad tan civilizada son dos bombas atómicas devastando Hiroshima y Nagasaki…! Y tanta amenaza nuclear sobre nuestras cabezas en nuestros días...

¿Quién no deja de asombrarse de lo que es capaz de hacer la medicina hoy? ¡Cuánto estamos agradecidos a tantos científicos y médicos que realizan prodigios para bien de las personas que queremos! ¿Pero acaso este progreso nos da derecho a literalmente descartar seres humanos, personas, como en el caso de los embriones congelados? ¿Y qué decir de todos los embriones HUMANOS, personas, que se pierden en el camino hasta que unos pocos puedan llegar a ser “viables” en la fecundación artificial?

No todo lo posible es lícito…

Auténtico progreso científico es aquel que nos ayuda a vivir una vida más humana en el respeto del plan de Dios, de su creación y de la dignidad del ser humano. Y a esto la Iglesia nunca se opuso. Muy por el contrario fue la primera y más eficaz promotora y defensora de este avance.

Me parece que a estas cuestiones pueden aplicarse también las siguientes palabras de Jesús: “Que el hombre no separe lo que Dios ha unido” (Mt 19,6). Sabemos que esta frase se refiere en primer lugar al matrimonio, pero no dudo en afirmar que se puede extender a muchas otras realidades que el Creador ha querido que se de unidas y el hombre no puede separar. Digo “no puede” no en un sentido ético, como diciendo “no le está permitido separar”. Lo pienso en un sentido más profundo, metafísico: el hombre no tiene poder para separar lo que Dios ha unido. ¿Algún ejemplo? La transmisión de la vida y el amor auténtico entre un varón y una mujer. Alguno podría objetar que “técnicamente” esto es posible. Es posible, pero termina mal. ¿En que sentido? En el sentido de que destruye ese nido esencial que todo ser humano necesita: la familia. ¿Quién se anima a decir hoy en día que la causa próxima de tantos males que nos aquejan es la negación de la familia auténtica? Cuando la técnica traspasa los limites de la moral daña a la humanidad infinitamente de lo que la beneficia con supuestos “progresos”.

Ni hablemos del dogmatismo con el cual algunos científicos presentan sus teorías. ¿No es la duda una herramienta del conocimiento científico? Ahora bien, ¿se permite en nuestros tiempos dudar de la teoría de la evolución de las especies o de la teoría de género? La respuesta es patente, y patética. ¿No será poco científico nuestro mundo posmoderno tan racional? Cómo no recordar aquellas proféticas palabras del Papa Emérito Benedicto XVI: vivimos en una dictadura, dictadura del pensamiento único, “dictadura del relativismo”. Dictadura que, como toda dictadura que se precie, tiene también su propia inquisición.

Jesús nos dice: "La verdad los hará libres" (Jn 8,32).

“El que quiera oír, que oiga”.

P. Marco

7/8/2022

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