¿POR QUÉ EL “CATECISMO”?
¡Ave María purisima, sin pecado concebida! ¡Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor!
En tiempos de pandemia, allá por el 2020, empezamos a incursionar en las redes sociales y pudimos aprovechar tanto el encierro forzado como las redes para repasar las enseñanzas de la Iglesia Católica contenidas en el “Catecismo de la Iglesia Católica” que nos legara San Juan Pablo II.
Fuimos leyendo todo lo que se refiere a nuestra “Profesión de fe” (primera parte del Catecismo) y la “Celebración” de esta fe (segunda parte). Tocaría ahora avanzar con la tercer parte del Catecismo que nos habla acerca de la “Vida en Cristo”. Pero antes de avanzar quisiera compartir con ustedes una breve reflexión acerca de esta pregunta: ¿por qué el “Catecismo”?
¿Por qué leer el Catecismo de la Iglesia Católica? Esta pregunta puede desglosarse en varias otras: ¿por qué leer? ¿por qué estudiar? y ¿por qué el “Catecismo de la Iglesia Católica”?
Parecería que no hay tiempo para sentarse a leer o estudiar cuando lo que urge es la acción... Sin embargo, para caminar hace falta luz. Sin luz uno puede moverse mucho, pero también puede tropezar mucho, perder el rumbo, no llegar a la meta, dañarse uno mismo y a los demás.
Toda praxis pide una teoría que la justifique. Si la vida cristiana y la pastoral de la Iglesia no son iluminadas por la enseñanza auténtica de la Iglesia terminan ideologizándose, como cuando en nombre de un poco claro concepto de “pueblo” se termina en un pastoral populista muy semejante al actuar de ciertos políticos.
Volver a leer o repasar la enseñanza de la Iglesia nos llena de luz y de ardor sobretodo en estos tiempos de nueva evangelización en los que se nos pide “un nuevo esfuerzo evangelizador” (JP II, Fidei depositum*, 5). Nos lleva a revivir la experiencia de los discípulos de Emaús cuando se preguntaban: “¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24,32).
Al presentar el Catecismo, Juan Pablo II recordaba como el Concilio Vaticano II se proponía renovar la misión de la Iglesia en este mundo “conduciendo a los hombres, mediante el resplandor de la verdad del Evangelio, a la búsqueda y acogida del amor de Cristo”. Por eso el Concilio no debía comenzar condenando errores sino “mostrando serenamente la fuerza y la belleza de la doctrina de la fe”.
La Iglesia tiene una doctrina – aunque a muchos no les guste esta palabra –, una enseñanza. Y la doctrina de la Iglesia no es un simple doctrina de hombre sujeta a los vientos de las modas intelectuales (cf. Ef. 4,14). Juan Pablo II resumía hermosamente toda la riqueza de fuentes que confluyen en la doctrina de la Iglesia:
Un Catecismo debe presentar fiel y orgánicamente la enseñanza de la Sagrada Escritura, de la Tradición viva de la Iglesia y del Magisterio auténtico, así como la herencia espiritual de los Padres, de los santos y santas de la Iglesia, para que se conozcan mejor los misterios cristianos y se reavive la fe del Pueblo de Dios. Debe recoger aquellas explicitaciones de la doctrina que el Espíritu Santo ha sugerido a la Iglesia a lo largo de los siglos. Es preciso también que ayude a iluminar con la luz de la fe las situaciones nuevas y los problemas que en el pasado aún no se habían planteado.
Todo esto es el Catecismo de la Iglesia Católica. Algunas breves nociones de la “historia” de este Catecismo nos pueden ayudar a valorarlo mejor. Juan Pablo II se empeña en señalar que este Catecismo es fruto del Concilio Vaticano II, como el “Catecismo Romano” fue fruto del Concilio de Trento. La iniciativa de redactar un “nuevo” catecismo surgió por pedido de los obispos del mundo entero reunidos en sínodo el año 1985. Esta propuesta fue acogida por Juan Pablo II quién encomendó la misión de redactarlo a un nutrido grupo de cardenales, obispos, teólogos y catequistas entre quienes destaca el entonces cardenal Ratzinger. La primera edición del Catecismo – en francés – se publicó en el año 1992 despúes de un intenso trabajo de redacción, revisión y corrección con el aporte principalmente de los Obispos de todo el mundo. Antes de su primera edición el Catecismo tuvo 9 versiones, y aún después de esta incorporó numerosas observaciones hasta la edición típica latina (edición definitiva) del año 1997. “La realización de este Catecismo refleja la naturaleza colegial del Episcopado: atestigua la catolicidad de la Iglesia” escribía Juan Pablo II. Y con mucha razón agregaba que este Catecismo es una auténtica “sinfonía de la fe” en el que se encuentran numerosísimas voces, no solo de hoy sino de toda la historia de la Iglesia. Vienen en mente las palabras de Chesterton cuando dijo que “la tradición es la democracia de los muertos”...
Aclaremos que los primeros destinatarios de este Catecismo son los Obispos, para que “les sirva de texto de referencia seguro y auténtico en la enseñanza de la doctrina católica, y muy particularmente, para la composición de los catecismos locales”. Lamentablemente, estos catecismos locales no siempre llegaron. Cinco años después de la publicación de la primera edición del Catecismo Juan Pablo II escribía a los catequsitas:
En esta presentación auténtica y sistemática de la fe y de la doctrina católica la catequesis encontrará un camino plenamente seguro para presentar con renovado impulso a los hombres de nuestro tiempo el mensaje cristiano en todas y cada una de sus partes. Todo catequista podrá recibir de este texto una sólida ayuda para transmitir, en el ámbito de la Iglesia local, el único y perenne depósito de la fe, tratando de conjugar, con la ayuda del Espíritu Santo, la admirable unidad del misterio cristiano con la multiplicidad de las necesidades y de las condiciones de vida de aquellos a quienes va destinado este anuncio. Toda la actividad catequética podrá experimentar un nuevo y amplio impulso en el pueblo de Dios si acierta a valorar y a utilizar rectamente este catecismo postconciliar (JP II, Laetamur magnopere**).
Más aún, este Catecismo no es un don solo para Obispos y catequistas: “El Catecismo es ofrecido a todo hombre que nos pide razón de la esperanza que hay en nosotros (cf. 1 P 3, 15) y que quiera conocer lo que cree la Iglesia católica” (JP II, Fidei depositum, 4).
Terminamos recordando algunas afirmaciones de Benedicto XVI: “Los textos del Concilio Vaticano II y el Catecismo de la Iglesia Católica son los instrumentos esenciales que nos indican de modo auténtico lo que la Iglesia cree a partir de la Palabra de Dios” (Benedicto XVI, Homilía de la Misa crismal 2012).
Necesitamos luz para caminar sin confundirnos en estos confusos tiempos de posmodernidad líquida. Sin duda el Catecismo de la Iglesia Católica es un faro poderoso en esta noche. Por eso nos tomamos el atrevimiento de intentar acercarlo al Pueblo de Dios.
* Juan Pablo II, CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA «FIDEI DEPOSITUM», por la que se promulga y establece, después del Concilio Vaticano II, y con carácter de instrumento de derecho público, el Catecismo de la Iglesia Católica, 1992.
** Juan Pablo II, CARTA APOSTÓLICA «LAETAMUR MAGNOPERE», por la que se aprueba la edición típica latina del Catecismo de la Iglesia Católica, 1997.
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