UN ENCUENTRO
Retomemos nuestras reflexiones sobre cómo celebramos nuestra fe, a la luz de la carta del Papa Francisco que venimos comentando. Pero antes de avanzar tengo que hacer una aclaración. El nombre de la carta no es “Desidero desideravi” como yo venía citando sino “Desiderio desideravi”. ¡Una pequeña “i” puede hacer una gran diferencia en los latines! Agradezco de corazón al amigo que me lo hizo notar. Ahora si, podemos continuar.
Una de las propiedades que debería caracterizar nuestra Liturgia es la belleza. Dejamos para más adelante la difícil pregunta sobre cuándo algo es bello y cuándo no. Por ahora señalemos, con el Papa, cuál es el origen de esta belleza: la poderosa belleza de la Liturgia consiste en que esta nos garantiza la posibilidad de un encuentro vivo con Jesucristo (cf. Desiderio, 10). “El poder salvífico del sacrificio de Jesús, de cada una de sus palabras, de cada uno de sus gestos, mirada, sentimiento, nos alcanza en la celebración de los Sacramentos”, escribía el Papa. Y agregaba: “Yo soy Nicodemo y la Samaritana, el endemoniado de Cafarnaún y el paralítico en casa de Pedro, la pecadora perdonada y la hemorroisa... El Señor Jesús continúa perdonándonos, curándonos y salvándonos con el poder de los Sacramentos” (Desiderio, 11). En la Liturgia podemos experimentar cómo la fe nos hace “contemporáneos” de Jesucristo, según la profunda expresión del pensador danés Kierkegaard.
También hay que tener en cuenta que este encuentro no es obra de magia. La Liturgia “no es un gesto mágico: la magia es lo contrario a la lógica de los Sacramentos porque pretende tener poder sobre Dios” (Desiderio, 12). La Liturgia no nos da poder sobre Dios ni anula ni reemplaza la libertad humana. Todo encuentro entre dos personas es el encuentro de dos libertades: esa es la lógica de la “comunión”. Para vivir plenamente nuestras celebraciones y encontrarnos en ellas con Jesús, es absolutamente necesario que elijamos a Jesús como el fin de nuestra existencia en cada momento de nuestra vida. Si no fuera así, nuestra celebración se degenera y pasa del abrazo que debería ser al beso de Judas.
¡Buen Domingo! Dios nos bendiga con su alegría y su paz.
P. Marco
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