ASOMBRO
Sigamos invitando a reflexionar sobre la Liturgia.
Pero ¿tiene sentido esta reflexión? En un mundo ateo y areligioso, volcado al activismo, ¿tiene sentido gastar tiempo en pensar acerca de ritos y celebraciones? Antes que nada reafirmamos que ¡la Liturgia es mucho más que “ritos y celebraciones”: ¡es la celebración del “misterio de la fe”!
(Aún esta sociedad laica sigue llena de ritos, muy superficiales la mayoría, a los cuales muchos se someten mansamente).
Hasta el zorro se había dado cuenta de la importancia de los ritos: “Es bueno que haya ritos - dijo el zorro. ¿Qué es un rito ? – dijo el principito. - Es algo también demasiado olvidado – dijo el zorro. – Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días, una hora de las otras horas…” (El principito, cap. XXI).
Entonces, si. Si tiene sentido pensar cómo celebramos nuestra fe. Sigamos reflexionando sobretodo acerca de la Eucaristía, “fuente y cumbre de la vida cristiana”.
Otra enseñanza que nos recuerda el Papa en su carta Desiderio desideravi es que, como la belleza, “el asombro es parte esencial de la acción litúrgica” (n. 26).
El asombro, tan típico de los niños, es la reacción ante algo maravilloso cuyas causas no llegamos a entender. En la Liturgia es la “admiración ante el hecho de que la salvación de Dios nos sigue llegando en los misterios que celebramos” (n. 25). En la celebración de la fe tiene que tener lugar el asombro ante la presencia viva y operante del “Dios con nosotros”: ese Dios tan distinto a nosotros en su “alteridad” (“ser otro”, por ejemplo: Él eterno e infinito, y nosotros criaturas limitadas) y a la vez tan cercano a nosotros en su Hijo encarnado.
El asombro ante el misterio nos lleva a la contemplación y al silencio. A aceptar que no podemos explicarlo todo. La liturgia es un lenguaje de signos porque es un lenguaje divino. Algo entendemos pero es infinitamente más lo que no llegamos a entender.
El asombro nos recuerda que la Liturgia es más “obra de Dios” que obra de los hombres, y que el auténtico y único “animador” de la Liturgia es el Espíritu Santo.
El asombro nos lleva a dejarlo obrar a Dios. Si recargamos la Liturgia de gestos y palabras pensando que lo más importante lo hacemos nosotros, “podríamos correr el riesgo de ser impermeables al océano de gracia que inunda cada celebración” (n. 24). Por paradójico que suene, una de las riquezas de nuestro “rito romano” es su austeridad. Y en esto es fundamental también el “silencio sagrado".
Queda mucho en el tintero, o mejor en el teclado, así que, continuará…
¡Buen Domingo para todos!
P. Marco
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