CRISTO MÉDICO

 


En esta pequeña catequesis que compartimos en nuestro encuentro del 27 de cada mes hoy queremos recordar que Jesús vino a este mundo como médico de los cuerpos y de las almas. Así lo recordaba el Apóstol San Pedro en su predicación:

Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. El pasó haciendo el bien y curando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él” (Hechos de los Apóstoles, 10,37-38).

Repasemos algunas cosas sobre el misterio de Cristo-médico así como lo leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 1503-1505).

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La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase son un signo maravilloso de que “Dios ha visitado a su pueblo” (Lucas 7,16) y de que el Reino de Dios está muy cerca:

Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente. Su fama se extendió por toda la Siria, y le llevaban a todos los enfermos, afligidos por diversas enfermedades y sufrimientos: endemoniados, epilépticos y paralíticos, y él los curaba. Lo seguían grandes multitudes que llegaban a Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la Transjordania (Mateo 4,23-25)

Jesús no tiene solamente poder para curar, sino también de perdonar los pecados. Podemos recordar ese episodio en el cual un grupo de amigos literalmente levantó el techo del lugar en el cual se encontraba Jesús y descolgaron delante del Señor a un paralítico postrado en su camilla (Marcos 2,5-12). ¿Qué fue lo primero que le dijo Jesús al hombre paralizado? “Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados»”. El mismo Jesús dice que vino al mundo como médico, pero no como cualquier médico. Es el único que vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo; es el médico que los enfermos necesitan:

Los escribas del grupo de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a los discípulos: «¿Por qué come con publicanos y pecadores?». Jesús, que había oído, les dijo: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Marcos 2,16-17). 

Su compasión hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: “Estuve enfermo y me visitasteis” (Mateo 25,36).

Su amor de predilección para con los enfermos no ha cesado, a lo largo de los siglos, de suscitar la atención muy particular de los cristianos hacia todos los que sufren en su cuerpo y en su alma. Esta atención dio origen a infatigables esfuerzos por aliviar a los que sufren.

A menudo Jesús pide a los enfermos que crean:

  • a la mujer que sufría de hemorragia y se animó a tocar el manto de Jesús el Señor le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad» (Marcos 5,34);

  • al jefe de la sinagoga que fue a pedirle a Jesús por su hijita enferma, cuando llegaron a su casa y la encontraron muerta el Maestro le dijo: «No temas, basta que creas» (Marcos 5,36);

  • cuando un padre que le trajo al Señor a su hijo poseído por demonio mudo le dijo a Jesús: «Si puedes hacer algo, ten piedad de nosotros y ayúdanos», le respondió Jesús: «Todo es posible para el que cree» (Marcos 9,22-23).

Jesús muchas veces se sirve de signos para curar, por ejemplo saliva e imposición de manos, barro y ablución:

  • Jesús separó al sordomudo de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y dijo: «Efatá», que significa: «Abrete» (Marcos 7,33-34);

  • Jesús tomó al ciego de la mano y lo condujo a las afueras del pueblo. Después de ponerla saliva en los ojos e imponerle las manos, Jesús le preguntó: «¿Ves algo?» (Marcos 8,23);

  • Después que Jesús dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé», que significa "Enviado". El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía (Juan 9,6-7).

Los enfermos tratan de tocarlo "pues salía de él una fuerza que los curaba a todos" (Lucas 6,19):

  • Entonces se le acercó un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: «Si quieres, puedes purificarme». Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Lo quiero, queda purificado». En seguida la lepra desapareció y quedó purificado (Marcos 1,40-42);

  • Entonces mandó a sus discípulos que le prepararan una barca, para que la muchedumbre no lo apretujara. Porque, como curaba a muchos, todos los que padecían algún mal se arrojaban sobre él para tocarlo. Y los espíritus impuros, apenas lo veían, se tiraban a sus pies, gritando: «¡Tú eres el Hijo de Dios!» (Marcos, 3,9-11);

  • Apenas desembarcaron, la gente reconoció en seguida a Jesús, y comenzaron a recorrer toda la región para llevar en camilla a los enfermos, hasta el lugar donde sabían que él estaba. En todas partes donde entraba, pueblos, ciudades y poblados, ponían a los enfermos en las plazas y le rogaban que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y los que lo tocaban quedaban curados (Marcos 6,54-56).

Así, en los sacramentos, Cristo continúa "tocándonos" para sanarnos.


Conmovido por tantos sufrimientos, Cristo no sólo se deja tocar por los enfermos, sino que hace suyas sus miserias: "El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (Mateo 8,17; Isaías 53,4).

Pero... también hay que decir que Jesús no curó a todos los enfermos. 

Sus curaciones eran signos de la venida del Reino de Dios. Anunciaban una curación más profunda y radical: la victoria sobre el pecado y la muerte por su Pascua.

En la Cruz, Cristo tomó sobre sí todo el peso del mal (como dice el profeta Isaías 53,4-6) y quitó el "pecado del mundo" (Juan 1,29), del que la enfermedad no es sino una consecuencia.

Por su pasión y su muerte en la Cruz, Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos configura con Él y nos une a su pasión redentora.

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Dejemos algunas preguntas que nos pueden ayudar a reflexionar:

  • ¿Confío en que Jesús tiene poder para sanarme?

  • Si Jesús no me concede la salud que pido, ¿sigo creyendo en él o me enojo con él?

  • Si Jesús puede curar a todos, ¿por qué no lo hace?

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Que nuestro santo patrono Pantaleón nos anime a buscar con mucha confianza a Cristo nuestro médico poniendo nuestra salud en sus manos, confiando en su poder, y sobre todo en la misión que el pueda llegar a tener pensada para cada uno de nosotros incluso en la enfermedad.

¡San Pantaleón, médico y mártir, ruega por nosotros!

P. Marco

Parroquia San Pantaleón San Teodosio

27/4/2024



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